Autor: Rogelio Guedea

Ya tiene bastante tiempo (no es de ahora) la moda de los políticos en campaña de prometer bajarse los salarios de llegar a ocupar el cargo por el cual compiten. Algunos prometen reducirse hasta el 50% de sus percepciones, con tal de conseguir el voto popular. Otros prometen reducirse prestaciones y beneficios, con el mismo fin. El caso es llegar al corazón del electorado y legitimarse en él. Como sabemos, una vez en los cargos, muchos de estos servidores públicos se hacen de la vista gorda y no cumplen con su promesa. Poco o nada se ha reflexionado sobre esta moda de prometer bajarse los salarios como una estrategia incluso electorera, por eso es que casi toda la ciudadanía cae en la trampa de creer que se trata de una promesa plausible. El servidor público va a bajarse el 50% de su salario y su otro 50% lo donará a personas de escasos recursos, el servidor público va a vivir del aire del campo y de los sueños de la noche. Aun cuando hemos visto que estas promesas luego no son cumplidas (está el caso de los legisladores de Morena en el Congreso, que ya se olvidaron del asunto) o son cumplidas parcialmente (está el caso de la presidenta de Manzanillo, que ya pidió que le descontaran el 50% de su salario), lo cierto es que bajarse los salarios ha venido a convertirse en la peor engañifa de la que pueda hacer un servidor público para ganarse la simpatía ciudadanía. El trabajo no deberá demeritarse de esa manera. Hay responsabilidades que merecen honorarios dignos, altos, en función de lo que se hace y del impacto que tiene dicha función, de tal modo que no podemos bajar el salario a la mitad porque eso significaría, de entrada, demeritar esa responsabilidad. Además, debería ser, en todo caso, directamente proporcional la bajada de un salario de un alto funcionario con la subida del salario de un empleado menor, para entonces cerrar la gran disparidad que existe entre uno que gana una cantidad desorbitada y el otro que apenas recibe los mínimos ingresos para subsistir. En cualquiera de los casos, en el fondo lo que la ciudadanía quiere no es que el alto funcionario gane un sueldo miserable cuanto que no exista corrupción en sus funciones, porque un presidente municipal puede incluso hacerse millonario sin percibir un peso de salario pero sí cometiendo actos de corrupción utilizando el poder que le otorga su investidura, por ejemplo usando empresas fantasmas cercanas al municipio, recibiendo moches de obras, etcétera. Siendo francos, la moda esa que se han impuesto en las campañas electorales los candidatos de bajarse los salarios debería ya de rodar a mejor suerte. No son los salarios, es la corrupción lo que queremos los ciudadanos que baje y, para conseguirlo, debe subir la moral política y la exigencia ciudadana. Si los diputados colimenses de Morena no se van a bajar el salario, que no se lo bajen, pero que la ciudadanía no los castigue porque no se lo hayan bajado, sino por su traición y su mentira, que no es menos cosa. Dejemos de simular que somos buenos, mejor seamos malos y ganemos en ello por la honestidad de ser lo que somos, no por la felonía que cometemos contra nosotros mismos. Nuestro país necesita que seamos lo que parecemos y que parezcamos lo que somos, de otra forma podrán inventar cada semana nuevos partidos pero todos nos defraudarán, como siempre, de la misma manera.

 

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